sábado, 20 de agosto de 2011

Maltrato


Una interesante columna sobre la violencia en los niños, de la psicóloga y escritora chilena Pilar Sordo.



Maltrato, o mejor dicho, técnicas de buentrato

En mi humilde opinión, negar las realidades nunca ha sido bueno, ya que no permite tomar conciencia y por lo tanto no se realizan los cambios. Sin embargo, desarrollar demasiado un concepto negativo tampoco tiende a ayudar, porque sólo nos centra en el problema y no nos deja de ver las soluciones.


Un poco de esto es lo que está pasando con el concepto de bulling, que por tanto hablar de cómo corregirlo, hemos dejado de estimular las virtudes y la buena convivencia escolar. Parece ser “un buen negocio” portarse mal. Todo el mundo habla de ellos, y nadie de los niños virtuosos y respetuosos como para ver cómo los “fotocopiamos” para que haya más como ellos.


Definir el maltrato es un fenómeno complejo que tiene muchas aristas, pero creo que es importante analizar cosas cotidianas que tienden a producirlo. En lo cotidiano no cabe ninguna duda que estamos con menos paciencia; la tolerancia puede haber aumentado en los grandes tópicos de la humanidad, pero en lo cotidiano, en el saber esperar, en el respeto por el otro, claramente no es así. Es paradójico; tenemos todo para estar más reposados y, sin embargo, la tecnología, el estrés y la vida diaria nos hacen cada vez más impacientes y poco tolerantes.


Creo que todo el mundo sabe que maltratar a un niño o a un adulto es malo, poco sano y poco correcto. El tema es por qué, sabiéndolo, lo seguimos haciendo.









Una posible causa es que como adultos de hoy y niños de ayer nos cuesta percibir los daños que para nosotros tuvo el que nuestros padres nos pegaran y nos dijeran cosas ofensivas. En alguna parte de nuestro ser sentimos que fue una forma de educar que tan malas consecuencias no trajo, por lo tanto, en nuestro inconsciente, sigue siendo –mientras no lo asumamos como negativo– una posible forma de educar cuando el diálogo lo sentimos agotado.


Por otro lado, con la intromisión del alcohol y las drogas se hace más fácil, hasta desde el punto de vista cerebral, perder los controles y pasar esas barreras que producen el daño.
Otro elemento son los factores ligados a la pobreza, como el hacinamiento, los abusos de poder, la delincuencia y todo lo que ellos traen.


Pero el maltrato no sólo ocurre en los sectores más desprovistos, y por lo tanto aquí entramos en fenómenos más complejos que tienen que ver con definiciones importantes de la vida. La concepción de la felicidad asociada erróneamente al tener y al placer, parecen ser fundamentales en esta pérdida de sentido de vida que lleva a un ser humano a perder el control de sí mismo para poder dañar a alguien que conoce y que, la gran mayoría de las veces, ama.


En términos de estructura de personalidad, el control o la necesidad de tenerlo parece ser fundamental en este proceso. Cuando yo necesito tenerlo al frente y lo pierdo, la necesidad de ser violento aparece como una solución para recuperarlo y volver a sentir poder frente al otro y, por supuesto, frente a sí mismo.
En este punto, trabajar con la paz interior, con una buena autoestima y con una seguridad puesta en el SER y no en el TENER, parece ser la clave para recuperar el equilibrio.


Creo que el problema del maltrato, como quizás de todos los problemas psicológicos, no tiene que ver con el otro, sino que suceden en el mundo más interno del ser humano y, por lo tanto, debe ser tratado desde ahí.
Quiero hacer hincapié en algo que puede ser un pequeño ejemplo dentro de muchos, pero que refleja cómo el problema trasciende y se agrava aún más. Me estoy refiriendo a la normalización de la violencia, y lo “normal” que es hoy para los niños decir “te odio”, “no te soporto”, etcétera, como si no se evaluara el significado de lo que se está diciendo.


Yo tengo que corregir permanentemente a mis hijos, cada vez que en forma espontánea dicen estas palabras, y otras más, que les son tan normales.


El poco uso del vocabulario, la escasa diversidad de palabras, el enorme uso agresivo de garabatos y el abuso de la tecnología, están haciendo que cada vez hablemos menos y más mal, con lo cual la posibilidad de solucionar conflictos a través del diálogo se nos hace más difícil.


Hay muchas expresiones que a mi juicio motivan y estimulan la violencia. Una de ellas, usada en forma inconsciente, es la que se utiliza cuando un adolescente termina una relación de pareja y dice que “pateó” al pololo. ¿Se han dado cuenta de la gravedad y lo fuerte de esa frase? Y sin embargo es de uso cotidiano, donde la normalización de la violencia adquiere gran magnitud.


Creo que todos somos responsables de estos procesos. No podemos culpar al mal llamado “sistema” de estos comportamientos. Si todos fuéramos más amables, más solidarios, más concientes de nosotros mismos y de nuestras historias, podríamos dar vuelta estos mecanismos que tanto daño nos hacen.


Nuestra naturaleza imperfecta nos hace cometer muchos errores, y justamente con los que más amamos; sin embrago debido a esto mismo es que estamos llamados a hacernos cargo, a estar alertas de nuestros daños y de nuestra historia, para no repetir circuitos que claramente nos afectan y complican nuestra salud mental.
Hay que trabajar en desarrollar prácticas de buen trato; quizás así los que no saben aprendan, y los que saben se hagan responsables. Si estimuláramos las virtudes se corregirían muchos daños, mostraríamos caminos de salida, y quizás, esta columna no tendría sentido.

Pilar Sordo